sábado, 28 de marzo de 2020

CELEBRACIÓN DE LA PALABRA 5º domingo de Cuaresma


Debido a las medidas sanitarias vigentes, seguimos ofreciendo una celebración de la Palabra que permitirá santificar el domingo, solo o en familia.

Si es posible, antes de la celebración se dispondrá de una simple cruz o un crucifijo visible en la sala de estar y se encenderán una o varias velas. Se puede colocar también una imagen o cuadro de la Virgen María.

En familia, se elegirá quién guía la oración, y se repartirán las lecturas antes de la celebración.

Quien guíe la oración puede decir:



En este 5º domingo de Cuaresma, circunstancias excepcionales nos impiden participar en la celebración de la Eucaristía.

Sin embargo, sabemos que cuando nos reunimos en su nombre, Jesucristo está presente en medio de nosotros.

Y recordamos que cuando se lee la Escritura en la Iglesia, es el Verbo mismo de Dios quien nos habla.

Su palabra es alimento para nuestra vida; por ello, en comunión con toda la Iglesia, vamos juntos a ponernos a la escucha de esta Palabra.



Durante esta celebración, rezaremos especialmente para que cese la pandemia que amenaza al mundo, por los enfermos y los que han muerto, por sus amigos y sus familiares, y por todos aquellos que trabajan al servicio de los demás en la lucha contra este flagelo.

Acercándonos a la Semana Santa, fijemos intensamente nuestra mirada en Jesucristo Redentor.

Preparémonos ahora a abrir nuestros corazones, guardando un momento de silencio.



Signo de la cruz
Después de un tiempo de silencio, todos se levantan y se signan diciendo:
En nombre del Padre, y del Hijo, y del Espíritu Santo. Amén.
Himno Libra mis ojos de la muerte (José Luis Blanco Vega)
Libra mis ojos de la muerte; dales la luz que es su destino. Yo, como el ciego del camino, pido un milagro para verte.
Haz de esta piedra de mis manos una herramienta constructiva; cura su fiebre posesiva y ábrela al bien de mis hermanos.
Que yo comprenda, Señor mío, al que se queja y retrocede; que el corazón no se me quede desentendidamente frío.
Guarda mi fe del enemigo (¡tantos me dicen que estás muerto!) Tú, que conoces el desierto, dame tu mano y ven conmigo. Amén.

Después de un tiempo de silencio, la persona encargada de la primera lectura sigue en pie mientras los demás se sientan

Primera Lectura Lectura de la profecía de Ezequiel 37,12-14 
Esto dice el Señor Dios: «Yo mismo abriré vuestros sepulcros, y os sacaré de
ellos, pueblo mío, y os llevaré a la tierra de Israel. Y cuando abra vuestros sepulcros y os saque de ellos, pueblo mío, comprenderéis que soy el Señor. Pondré mi espíritu en vosotros y viviréis; os estableceré en vuestra tierra y com­prenderéis que yo, el Señor, lo digo y lo hago –oráculo del Señor–».


— Palabra de Dios.





Es preferible cantar el salmo. De lo contrario, en familia, también se puede leer el salmo alternando estribillo y estrofas.
Salmo 129
R/ Del Señor viene la misericordia, la redención copiosa.
Desde lo hondo a ti grito, Señor; Señor, escucha mi voz; estén tus oídos atentos a la voz de mi súplica. R/
 Si llevas cuenta de los delitos, Señor, ¿quién podrá resistir? Pero de ti procede el perdón, y así infundes temor. R/
 Mi alma espera en el Señor, espera en su palabra; mi alma aguarda al Señor, más que el centinela la aurora. Aguarde Israel al Señor, como el centinela la aurora. R/
Porque del Señor viene la misericordia, la redención copiosa; y él redimirá a Israel de todos sus delitos. R/
Quien guía la oración se levanta y dice:
Contigo, Jesús, Pastor eterno, tu Iglesia no carece de nada: tú nos haces renacer en las aguas del bautismo; sobre nosotros derramas tu Espíritu Santo; para nosotros preparas la mesa de tu cuerpo; tú nos llevas, más allá de la muerte, hasta la casa de tu Padre ¡donde todo es gracia y felicidad!
En familia, la persona encargada de la segunda lectura se levanta mientras los demás permanecen sentados.
Segunda Lectura Lectura de la carta del apóstol san Pablo a los Romanos 
Hermanos: Los que están en la carne no pueden agradar a Dios. Pero vosotros no estáis en la carne, sino en el Espíritu, si es que el Espíritu de Dios habita en vosotros; en cambio, si alguien no posee el Espíritu de Cristo no es de Cristo. Pero si Cristo está en vosotros, el cuerpo está muerto por el pecado, pero el espíritu vive por la justicia. Y si el Espíritu del que resucitó a Jesús de entre los muertos habita en vosotros, el que resucitó de entre los muertos a Cristo Jesús también dará vida a vuestros cuerpos mortales, por el mismo Espíritu que habita en vosotros.
— Palabra de Dios.
Todos se levantan en el momento en que se dice o canta la aclamación del evangelio.

Gloria y alabanza a ti, Cristo. Yo soy la resurrección y la vida –dice el Señor–; el que cree en mí no morirá para siempre. Gloria y alabanza a ti, Cristo.
Si hay niños pequeños, se puede leer la versión breve, indicada entre corchetes.. Quien hace la lectura hágalo pausadamente.
Lectura del santo evangelio según san Juan 11,1-45
Se puede elegir una forma más breve de la lectura: se omiten las partes del texto entre corchetes.
En aquel tiempo, [había caído enfermo un cierto Lázaro, de Betania, la aldea de María y de Marta, su hermana. María era la que ungió al Señor con perfume y le enjugó los pies con su cabellera; el enfermo era su hermano Lázaro.] Las hermanas le mandaron recado a Jesús diciendo: «Señor, el que tú amas está enfermo». Jesús, al oírlo, dijo: «Esta enfermedad no es para la muerte, sino que servirá para la gloria de Dios, para que el Hijo de Dios sea glorificado por ella». Jesús amaba a Marta, a su hermana y a Lázaro. Cuando se enteró de que estaba enfermo se quedó todavía dos días donde estaba. Solo entonces dijo a sus discípulos: «Vamos otra vez a Judea». [Los discípulos le replicaron: «Maestro, hace poco intentaban apedrearte los judíos, ¿y vas a volver de nuevo allí?» Jesús contestó: «¿No tiene el día doce horas? Si tropieza, porque la luz no está en él». Dicho esto, añadió: «Lázaro, nuestro amigo, está dormido; voy a despertarlo». Entonces le dijeron sus discípulos: «Señor, si duerme, se sal­vará». Jesús se refería a su muerte; en cambio, ellos creyeron que hablaba del sueño natu­ral. Entonces Jesús les replicó claramente: «Lázaro ha muerto, y me alegro por vosotros de que no hayamos estado allí, para que creáis. Y ahora vamos a su encuentro». Entonces Tomás, apodado el Mellizo, dijo a los demás discípulos: «Vamos también nosotros y mura­mos con él».] Cuando Jesús llegó, Lázaro llevaba ya cuatro días enterrado. [Betania dis­taba poco de Jerusalén: unos quince estadios; y muchos judíos habían ido a ver a Marta y a María para darles el pésame por su hermano.] Cuando Marta se enteró de que lle­gaba Jesús, salió a su encuentro, mientras María se quedó en casa. Y dijo Marta a Jesús: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi hermano. Pero aún ahora sé que todo lo que pidas a Dios, Dios te lo concederá». Jesús le dijo: «Tu hermano resucitará». Marta respondió: «Sé que resucitará en la resurrección en el último día». Jesús le dijo: «Yo soy la resurrección y la vida: el que cree en mí, aunque haya muerto, vivirá; y el que está vivo y cree en mí, no morirá para siempre. ¿Crees esto?» Ella le contestó: «Sí, Señor: yo creo que tú eres el Cristo, el Hijo de Dios, el que tenía que venir al mundo». [Y dicho esto, fue a llamar a su hermana María, diciéndole en voz baja: «El Maestro está ahí y te llama». Apenas lo oyó se levantó y salió adonde estaba él, porque Jesús no había entrado todavía en la aldea, sino que estaba aún donde Marta lo había encontrado. Los judíos que estaban con ella en casa consolándola, al ver que María se levantaba y salía deprisa, la siguieron, pensando que iba al sepulcro a llorar allí. Cuando llegó María adonde estaba Jesús, al verlo se echó a sus pies diciéndole: «Señor, si hubieras estado aquí no habría muerto mi her­mano».] Jesús, [viéndola llorar a ella y viendo llorar a los judíos que la acompañaban,] se conmovió en su espíritu, se estremeció y preguntó:
«¿Dónde lo habéis enterrado?» Le contestaron: «Señor, ven a verlo». Jesús se echó a llorar. Los judíos comentaban: «¡Cómo lo quería!» Pero algunos dijeron: «Y uno que le ha abierto los ojos a un ciego, ¿no podía haber impedido que este muriera?» Jesús, conmovido de nuevo en su interior, llegó a la tumba. Era una cavidad cubierta con una losa. Dijo Jesús: «Quitad la losa». Marta, la her­mana del muerto, le dijo: «Señor, ya huele mal porque lleva cuatro días». Jesús le replicó: «¿No te he dicho que si crees verás la gloria de Dios?» Entonces quitaron la losa. Jesús, levantando los ojos a lo alto, dijo: «Padre, te doy gracias porque me has escuchado; yo sé que tú me escuchas siempre; pero lo digo por la gente que me rodea, para que crean que tú me has enviado». Y dicho esto, gritó con voz potente: «Lázaro, sal afuera». El muerto salió, los pies y las manos atados con vendas, y la cara envuelta en un sudario. Jesús les dijo: «Desatadlo y dejadlo andar». Y muchos judíos que habían venido a casa de María, al ver lo que había hecho Jesús, creyeron en él.


— Palabra del Señor.
Ninguna aclamación concluye la lectura, se guarda un rato de silencio antes de la meditación. 
M E D I T A C I O N
Entonces, Jesús rompió a llorar. Los judíos comentaban: ¡Cómo lo quería!
Siendo Dios verdadero, Señor, tú conocías el sueño de Lázaro y lo anunciabas a los dis­cípulos. Viviendo en la carne, tú que no tienes límites, vas a Betania. Hombre verdadero rompes a llorar por Lázaro. Dios verdadero, por tu voluntad resucitas al que llevaba cuatro días enterrado. Llorando por tu amigo, enjugaste las lágrimas de Marta, y por tu pasión voluntariamente aceptada, has enjugado las lágrimas de tu pueblo. Guardián de la vida, tú llamas a un muerto como si se tratase de uno que duerme. Con una palabra has rasgado las entrañas del infierno y has resucitado a aquel que se puso a cantar: ¡Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres! A mí, ahogado por los lazos de mis pecados, leván­tame y te cantaré: ¡Bendito eres, Señor, Dios de nuestros padres!
Movida por la gratitud, María te trae un frasco de mirra como una deuda para con su hermano y te canta por todos los siglos. Como mortal, tú invocas al Padre; como Dios, despiertas a Lázaro. Resucitas a Lázaro, un muerto de cuatro días. Tú lo haces surgir de la tumba, convirtiéndole en testimonio verídico de tu resurrección al tercer día. Tú cami­nas, lloras, hablas, Salvador mío, mostrando tu naturaleza humana. Pero resucitando a Lázaro revelas tu naturaleza divina. De manera inefable, Señor, Salvador mío, según tus dos naturalezas, has realizado mi salvación.
San Juan Damasceno (Tríade de Maitinesdel sábado de Lázaro, Odas6-9.)
Monje, teólogo y doctor de la Iglesia (Ca. 675-749).
Peticiones
Todos permanecen de pie y se hace la Oración universal, tal como ha sido preparada, o bien según la fórmula siguiente:
Con confianza filial y con sencillez de corazón, acudamos a nuestro Padre del cielo y, en nombre de la humanidad, supliquémosle diciendo:
R/ ¡Oh Señor, envía tu Espíritu, que renueve la faz de la tierra!
A nuestro papa Francisco, a nuestros obispos, a nuestros sacerdotes, envíales el espíritu de piedad: que en estos tiempos de prueba sigan siendo, más que nunca, los buenos pastores que guían, ante todo con su ejemplo, a tus hijos por los caminos de la santidad. R/
A nuestros gobernantes, envíales el espíritu de consejo, que tomen las decisiones adecuadas para el bien común. R/
A nuestros investigadores, envíales el espíritu de ciencia, de modo que encuentren los remedios que salvan. R/
Al personal sanitario, envíales tu Espíritu de amor, Para que transfigure el don que hacen de sí mismos al servicio de los demás. R/
A los enfermos, envíales el espíritu de fortaleza. Haz que tengan el coraje de ofrecer su pasión, en unión con la Eucaristía de tu Hijo Jesucristo. R/
Envíanos, por último, el espíritu de sabiduría, para que, en todas las circunstancias, adoremos el designio benevolente de tu Providencia; envíanos también el espíritu de inteligencia, para que encontremos en tu palabra las respuestas a nuestras preguntas. Envíanos, finalmente, el espíritu de temor de Dios para que permanezcamos fieles a tu amor, y no temamos más que lo que nos puede separar de ti. R/
Intenciones libres
Comunión Espiritual
En actitud orante, ante Dios Creador de todo y Redentor nuestro, con sed de Eucaristía, pedimos:
Yo quisiera, Señor, recibirte con aquella pureza, humildad y devoción con que te recibió tu santísima Madre; con el espíritu y fervor de los santos.
O también, con la fórmula de san Alfonso María de Ligorio:
Creo, Jesús mío, que estás realmente presente en el Santísimo Sacramento del Altar. Te amo sobre todas las cosas y deseo recibirte en mi alma. Pero como ahora no puedo recibirte sacramentado, ven al menos espiritualmente a mi corazón.
Se hace una pausa en silencio para adoración
Como si ya te hubiese recibido, te abrazo y me uno del todo a ti. No permitas, Señor, que jamás me separe de ti. Amén.
Bendición final
Todos la pueden pronunciar, mirando hacia la cruz, para pedir la bendición del Señor.
Que la paz de Dios guarde nuestros corazones y nuestros pensamientos en Cristo Jesús, nuestro Señor. Amén.
O bien:
Que el Señor vuelva su rostro hacia nosotros y nos conceda la paz. Amén.
Todos se signan. Los padres podrán trazar el signo de la cruz en la frente de sus hijos.
Oración del papa Francisco a María en la pandemia
Oh María, tú resplandeces siempre en nuestro camino como signo de salvación y de esperanza. Nosotros nos confiamos a ti, Salud de los enfermos, que bajo la cruz estuviste asociada al dolor de Jesús, manteniendo firme tu fe. Tú, salvación de todos los pueblos, sabes de qué tenemos necesidad y estamos seguros que proveerás, para que, como en Caná de Galilea, pueda volver la alegría y la fiesta después de este momento de prueba. Ayúdanos, Madre del Divino Amor, a conformarnos a la voluntad del Padre y a hacer lo que nos dirá Jesús, quien ha tomado sobre sí nuestros sufrimientos y ha cargado nuestros dolores para conducirnos, a través de la cruz, a la alegría de la resurrección. Bajo tu protección buscamos refugio, Santa Madre de Dios. No desprecies nuestras súplicas, que estamos en la prueba, y libéranos de todo pecado, o Virgen gloriosa y bendita. Amén.
Canto a María
Para concluir la celebración, se puede entonar el canto siguiente, o cualquier otro cono­cido, mirando en su caso hacia una imagen de la Virgen colocada previamente en la sala de estar.
Sub tuum praesídium, confúgimus, Sancta Dei Génitrix. Nostras deprecátiones ne despícias in necessitátibus, sed a perículis cunctis líberanos semper, Virgo gloriósa et benedícta. V/ Ora pro nobis sancta Dei Genetrix. R/ Ut digni efficiamur promissionibus Christi.
Bajo tu amparo nos acogemos, santa Madre de Dios; no desoigas las súplicas que te dirigimos en nuestras necesidades, antes bien, líbranos de todo peligro, ¡oh siempre Virgen, gloriosa y bendita!
V/ Ruega por nosotros, santa Madre de Dios. R/ Para que seamos dignos de alcanzar las promesas de nuestro Señor Jesucristo. Amén.


Durante este momento difícil, Magnificat se complace en ofrecer el acceso gratuito a nuestra versión online para ayudar a la gente a rezar desde casa. www.magnificat.es/gratis






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