El 1 de
noviembre es la solemnidad litúrgica de Todos los Santos. Se trata de una
popular y bien sentida fiesta cristiana, que al evocar a quienes nos han
precedido en el camino de la fe y de la vida, gozan ya de la eterna
bienaventuranza, son ya -por así decirlo- ciudadanos de pleno derecho del
cielo, la patria común de toda la humanidad de todos los tiempos.
En esta solemnidad litúrgica, la
Iglesia englobaba a todos los santos. Si durante el resto del año litúrgico se
nos ofrecen las memorias de distintos y conocidos santos, en la fiesta del 1 de
noviembre protagonistas, sobre todo, los santos anónimos, los santos
desconocidos, los santos del pueblo, los santos de nuestras familias; santos,
en definitiva, con rostro tan cercano hasta el punto se que no hay duda de que
entre los santos del 1 de noviembre se incluyen amigos, paisanos, conocidos y
familiares.
¿Y qué es
ser santo? Afirmaba el Papa Benedicto XVI: “El santo es aquel que
está tan fascinado por la belleza de Dios y por su perfecta verdad que éstas lo
irán progresivamente transformando. Por esta belleza y verdad está dispuesto a
renunciar a todo, también a sí mismo. Le es suficiente el amor de Dios, que
experimenta y transmite en el servicio humilde y desinteresado del prójimo”.
Santos de
carne y hueso
Hace ya unos
años el sacerdote y músico español Cesáreo Gabaraín, autor, por ejemplo,
del popular “Tú has venido a la orillas”, compuso una canción en la que nos
describía lo que es la santidad. Decía la letra de la canción: “Un santo no es
un ángel, es hombre de carne y hueso, que sabe levantarse y volver a caminar.
El santo no se olvida del llanto de su hermano, ni piensa que más bueno subiéndose
a un altar. Santo es el que vive su fe con alegría y lucha cada día pues vive
para amar”.
Además, la
fiesta de Todos los Santos, es también una llamada apremiante a que vivamos
todos nuestra vocación a la santidad según nuestros propios estados de vida, de
consagración y de servicio. En este tema insistió mucho el Concilio Vaticano
II. El capítulo V de su Constitución dogmática “Lumen Gentium” lleva por título
“Universal vocación a la santidad en la Iglesia”.
La santidad
no es patrimonio de algunos pocos privilegiados. Es el destino de todos, como
fue, como lo ha sido para esa multitud de santos anónimos a quienes hoy
celebramos. Recordémoslo: “Un santo no es un ángel, es hombre de carne y hueso,
que sabe levantarse y volver a caminar. El santo no se olvida del llanto de su
hermano, ni piensa que más bueno subiéndose a un altar. Santo es el que vive su
fe con alegría y lucha cada día pues vive para amar”.
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